Ha transcurrido ya un año desde el lanzamiento de esta antología, y son muchas las personas que para mi suerte han disfrutado con los 9 relatos que incluye. A día de hoy, los textos aquí incluidos me inspiran directamente en el proceso de escritura de la segunda parte de «Cosas de Goblins«, «Más cosas de Goblins«, siendo algunos detalles aquí reunidos bastante relevantes en la próxima novela.
Son muchos personajes los que tienes para conocer entre estas páginas…
Ilustración del relato «La Sierva de Unkuluth», incluido en la antología.
Conocerás a Partanûs, un semielfo que forma parte del famoso grupo Los Cazadores, expertos en la lucha contra los Hijos de Mordred (grupo en el que se incluyen orcos, goblins, trolls y muchas más criaturas de naturaleza malvada).
Partanûs haciendo de las suyas…
¡O a Pullön Cuerdafloja, un simpático y habilidoso bardo mediano que va en busca de un legendario laúd y que está dispuesto a todo para hacerse con él!
¿Te gustan los enanos? ¡Porque si es así no deberías perderte el relato «La Compañía de Gondan», donde disfrutarás de un grupo de enanos en plena acción! Gemkar Barbaloca te espera con su hacha lista para la batalla…
Y estos son solo algunos, pero hay más, y cada relato tiene una ilustración como guinda de un épico pastel…
En definitiva: fantasía épica, personajes variados, lectura rápida y entretenida repleta de acción y diálogos, magia, brujería, traición, sexo y más de un goblin o dos…
¡Pero no solo eso! Además de la novela tengo algo más entre manos, algo que surge directamente de las entrañas de «Relatos Shandalianos«. De momento, y provisionalmente, a este proyecto lo tengo bautizado como «El Ciclo de Ssaelia«, y reunirá un mínimo de tres relatos en su interior: «Luz en las tinieblas», que cuenta el origen de la Señora del Castillo Negro; «El Santuario», relato incluido también en esta antología y que presenta por primera vez a Ssaelia, una poderosa mujer sedienta de sangre y placer, y a Derek, un joven mercenario con principios que se verá atraído hasta sus garras; y para colofón, habrá otro relato que contará lo que sucede tras ese encuentro tan interesante (no quisiera yo entrar en spoilers), cuyo título provisional es «Caminos de Sangre».
¡No seas troll y lee «Relatos Shandalianos», fantasía de calidad escrita por un servidor que evocará en ti cientos de historias jugadas o leídas!
¡Espero que lo disfrutes mientras yo voy «cocinando» nuevos libros de fantasía ambientados en Shandala!
Nací en Barcelona a finales de 1989. Actualmente resido en el Vallés Oriental, Catalunya, y tengo la friolera de 32 años ( lo sé, soy un goblin que se conserva bastante bien para su edad). Además de la literatura y el rol, amo las artes marciales (Jiu-jitsu brasileño es lo que más practico), el cine y la música (sobre todo el rock y el metal).
Me inicié en los juegos de rol aproximadamente a los 12 años, y automáticamente comencé a dirigir partidas inspiradas por las novelas de Dragonlance para mis amigos (¡hace 20 ya!). ¡Cuántos draconianos cayeron! Y mucho antes me inicié en la literatura fantástica y el anime, que me acompañan desde bien pequeño y forman parte de mi ser tanto como mis manos o pies ( ¡si no más!).
Entre mis autores favoritos se encuentran: Terry Pratchett, S. King, Margaret Weis, Tracy Hickman, R. A. Salvatore, Robert E. Howard y H. P. Lovecraft entre otros.
Ya hace unos meses que publiqué mi segundo libro, una antología de relatos de alta fantasía. Pero parece que la idea de los relatos no es tan seductora como la novela que la precedió («Cosas de Goblins»), y es una verdadera lástima, porque le puse mucho cariño y dedicación.
Pero yo soy terco como todo buen enano (es de bien sabido que en realidad muy alto no soy, normalito como mucho) y voy a insistir en ello. Os dejo por aquí las primeras páginas de uno de los relatos que incluye esta antología. Su nombre es «El Santuario», y puede quitarte el frío en una noche de invierno… ¡Vamos con él!
El Santuario
De J. J. Poderoso
El carro avanzaba lentamente por el embarrado camino; su constante traqueteo resonaba por encima de los susurros de los mercenarios que lo escoltaban al tiempo que dejaba dos gruesos surcos en la húmeda tierra. La carga era valiosa, ropajes wayrethanos y joyas de gran calidad la componían. Los cuatro hombres, contratados para proteger la mercancía por Terlo Bongón, un próspero mercader de Wayreth, formaban parte de un afamado gremio de mercenarios llamado Aguas Turbias.
—¿Cómo dijo la posadera que se llamaba ese sitio? —susurró Valak, como si no quisiera disipar con sus palabras la frágil tranquilidad que los envolvía en aquella noche sin luna.
—El Santuario, creo… —le contestó Jeremy, el chico más joven de todo el equipo, no sin albergar ciertas dudas en cuanto a lo acertado de sus recuerdos.
La cerveza y el vino habían corrido en abundancia durante la copiosa cena en El Descanso del Viajero, una pequeña posada situada en el margen del camino que unía la concurrida Wayreth con la lejana Stelvaran, próspera ciudad costera que se alzaba orgullosa a la sombra de las Montañas Negras. Los abotargados cerebros de aquellos dos mercenarios tenían más problemas de lo habitual para funcionar con la mediocre inteligencia que se esperaba de ellos en condiciones normales.
—Sí, sí, el Santuario creo que era… ¡Pero no me creo a esa zarrapastrosa paticorta! ¿Qué clase de mujeres se podrían hospedar en un lugar como ese? ¡Cuentos del Este! ¡Mentiras de bruja! Lo que dice no podría ser verdad ni en mis mejores sueños… —la linterna de aceite de Jeremy le iluminó lo suficiente como para que este pudiera percatarse de la lasciva sonrisa que esgrimía su compañero. Ambos rieron entre dientes hasta que Kolder les chistó furioso para que callaran de una vez, y estos, obedientes como perros mansos, así lo hicieron.
—Si estáis esperando que voluptuosas putas os caigan del cielo lo tenéis claro —gruñó Kolder a sus subordinados—. Pero puede que sí os caigan algunos lobos hambrientos, goblins, orcos, o lo que sea que habite este bosque infecto… ¡Quién sabe qué más nos espera tras esta maldita oscuridad! Y quizás los estaríais escuchando ahora si en lugar de cuchichear y soñar con meterla estuvierais más atentos a vuestro entorno. ¡Centraos o tendré que centraros yo mismo!
Sus palabras no recibieron respuesta, pero Kolder era un líder veterano, no necesitaba palabra alguna para saber que su discurso había funcionado. Incluso el joven Lihán, empleado de Terlo Bongón sin lazo alguno con los mercenarios que solo ejercía de conductor del carro, parecía haber encogido varios centímetros tras sus palabras. Pero la verdad es que aquello que comentaban sus hombres sonaba tentador. «Demasiado tentador incluso…», pensó Kolder mientras posaba la vista en el último hombre que se había unido a su grupo. Este se encontraba junto a Lihán, con quien parecía haber trabado amistad, posiblemente porque ambos rondaban los treinta años y eran los últimos miembros que se habían añadido al grupo. Para ambos jóvenes era el primer viaje junto a los mercenarios de Aguas Turbias. Derek era alto como un semi-orco y fuerte como un bárbaro de las montañas de Ura-karn, pero además parecía tener dos dedos de frente; sus ojos verde-azulados brillaban con suma inteligencia. Por si fuera poco, en El Descanso del Viajero no había bebido ni una gota de alcohol y nunca abría la boca si no tenía algo relevante que decir. A Kolder le gustaba aquel joven; podría convertirse con el tiempo en un buen mercenario si no le fallaba y permanecía fiel al gremio.
Kolder se aproximó a él y le dijo, más interesado en dejar de oír el irritante gemido del viento que en saber realmente su opinión:
—¿Y tú qué piensas de todo eso, chico?
Derek se tomó unos segundos antes de contestar al líder mercenario, pero cuando habló lo hizo con seguridad y sin desviar la vista del frente, atento, escudriñando la oscuridad con sus ojos claros:
—Me parece que todo es bastante inverosímil y sospechoso, pero, aun en el caso de existir tal lugar, nosotros tenemos una misión que cumplir, y creo que ciertos placeres pueden esperar a que hayamos concluido nuestro trabajo.
«¿Acaso no tiene sangre en las venas? ¡¿Tan joven y tan aguafiestas?! ¡Por todos los dioses, la juventud de hoy en día está perdida si todos son como él!», pensó Kolder mientras asentía con la cabeza y le dedicaba una sonrisa laudatoria.
—Esa es la respuesta que yo quería oír, chico —mintió—. Eres todo un profesional, ¡llegarás lejos en Aguas Turbias!
El silencio se hizo de nuevo entre los mercenarios mientras el carro avanzaba lentamente. Entonces, Arisco, el caballo de tiro, se detuvo para sorpresa de todos. El animal piafaba nervioso. El viento soplaba con más fuerza que unos instantes atrás. Algo anómalo estaba pasando, pero el sensible animal era el único que lo percibía con claridad.
—¿Qué diablos le pasa al bicho? —preguntó Kolder bruscamente a Lihán.
—No lo sé, señor —dijo encogiéndose de hombros, realmente confuso—, nunca lo había hecho. Quizás ha oído algo…
El viento helado, que gritaba como un espectro condenado, se intensificó aún más y superó el muro de vegetación; con rabia pasó entre los grandes árboles, sacudiendo las hayas y los pinos con tal fiereza que de pronto apareció ante ellos una montaña que hasta ahora les había pasado desapercibida debido a lo frondoso que era el bosque en aquella zona.
En la montaña de piedra negra que ahora les era visible, a no más de un kilómetro de donde se encontraban, pudieron ver las luces de las antorchas que iluminaban un pequeño castillo, tan negro, si es que esto era acaso posible, como las rocas que lo sujetaban. Pero no era el pequeño fuego de las teas del exterior lo que hacía posible su visión, sino una espectral luz blanquecina y rojiza que parecía envolver en un estrecho abrazo las piedras de la lejana construcción. El condenado viento, que había aparecido de la nada, pasó de largo y desapareció de nuevo sin dejar más rastro que un frío recuerdo en la mente de los miembros del grupo.
Los mercenarios se miraron entre ellos, primero con nerviosismo, pero luego, cuando vieron que no pasaba nada más y que estaban a salvo, sus cerebros ataron cabos y comprendieron finalmente qué era aquello que acababan de ver a lo lejos, más allá del bosque.
—¡¿Lo habéis visto, no?! ¡Decidme que no estoy soñando! —gritó emocionado Valak, agarrando a Jeremy del brazo y sacudiéndolo con vehemencia. El joven mercenario sonreía y agitaba la cabeza con ilusión.
—¡Ese castillo debe ser El Santuario! ¡La posadera no mentía! ¡Bendita bruja paticorta!
Kolder carraspeó y ambos callaron de inmediato mientras sus esperanzas de colarse entre las piernas de alguna desdichada sacerdotisa se evaporaban de sus mentes.
—Ese castillo no figura en nuestro mapa, ¿sabéis? —dijo Kolder con tono serio—. Y no sé a vosotros, pero eso a mí me parece digno de inspección… —su mirada y su sonrisa pícara al acabar la frase dejaban claras sus verdaderas intenciones, lo cual no pudo alegrar más a sus subordinados.
El único que no parecía estar de acuerdo con aquella decisión era Derek, cuyo ceño fruncido hablaba por sí solo.
—¿Qué te pasa, chico? —preguntó Kolder—. ¿Temes no poder resistirte al encanto de esas hermosas damiselas? ¿O es que acaso hay una moza esperándote en algún lugar y estás preocupado por lo que pueda pasar? Tranquilo, lo que pasa en el camino se queda en el camino, es la ley del mercenario. Nada —y cuando lo dijo puso un énfasis rabioso en sus palabras—, óyeme bien, nada de lo que pase esta noche saldrá de aquí. Lo entiendes, ¿no?
—Lo entiendo, Kolder —el muchacho bajó de un salto y se colocó frente a su líder. No le temía, aunque tampoco quería tenerlo en su contra. Aun así, había oído demasiados rumores oscuros en cuanto a las aficiones de los hombres de Aguas Turbias como para no entender qué planeaban para con aquellas supuestas mujeres que habitaban, solas, el castillo solitario—. ¿Pero qué pasa si prefiero no ir con vosotros y me quedo vigilando la mercancía? Sería un problema que todo esto desapareciera… Yo me ofrezco como guardia para que eso no suceda.
Kolder lo miró con suspicacia.
—Eso me parece bien. Será mejor que te quedes aquí y de paso cuidas de tu amigo el vendedor —dijo señalando a Lihán.
Lihán estaba a punto de protestar, pues también deseaba acompañar a los mercenarios y comprobar con sus propios ojos si lo que contaba la posadera era cierto o no, pero una severa mirada de Kolder bastó para que cerrase la boca y fijase su vista en el suelo. El viejo Valak y Jeremy reían entre dientes mientras se imaginaban al novato pasando frío mientras ellos disfrutaban del calor de unas serviles mujeres. Al viejo Valak le estaba costando no salivar sumido en aquellos ardientes pensamientos.
—En el carro tienes mantas —dijo Jeremy mirando a Derek con sorna—. Úsalas, no cojas frío… Ah, y yo de ti esperaría sentado, no creo que la inspección sea rápida.
La jocosidad del muchacho no cogió a Derek desprevenido; lo había escuchado lo suficiente ya como para saber que no era más que otro estúpido redomado que solo valía para obedecer órdenes y cuya esperanza de vida no superaba los veinticuatro años. Derek le contestó con una falsa sonrisa y se despidió levantando verticalmente su dedo cordial en un gesto nada amigable y mundialmente conocido.
Valak y Jeremy se alejaron del carro entre risotadas e insultos hacia Derek, pero Kolder se volvió una última vez hacia los dos jóvenes que dejaba vigilando aquello que en realidad estaba bajo su propia responsabilidad:
—No hace falta que lo diga, pero… —una mirada de experto asesino apareció en su curtido rostro, enfatizando los cortes que cuchillos y espadas le habían hecho a lo largo de décadas de riñas y combates a muerte—. Si cuando vuelva no seguís aquí con la mercancía en perfectas condiciones, os encontraré y abriré en canal. Lo entendéis, ¿no?
Lihán respondió con inmediatez, sacudiendo la cabeza enérgicamente. Pero Derek le sostuvo la mirada durante algunos segundos, pues era joven y orgulloso, aunque incluso para él era evidente que aquel veterano mercenario tenía mucha más experiencia en combate que él mismo, y que lo más posible era que no estuviera exagerando en nada sus palabras. Aun así, aceptar tal amenaza suponía un duro golpe para su orgullo. Finalmente, tras haber sopesado los pros y contras de desafiar a Kolder, el joven guerrero asintió sutilmente, resignado.
El líder mercenario pareció contentarse con ese mísero gesto, dio media vuelta y se alejó en la noche, abandonando en la oscuridad del bosque a ambos muchachos y acelerando el paso para alcanzar a sus subordinados, que con más presteza de la normal se alejaban de allí camino del oculto castillo. «Si ante mí no se estuvieran abriendo las mismísimas puertas del paraíso y no estuviera tan justo de personal… ¡juro por los Once que tu cabeza ya rodaría por el suelo! Maldito bastardo…», pensó Kolder acariciando el pomo de oro de su daga valtoriana. Pronto en la mente del mercenario desaparecería la osada mirada del muchacho y solo quedaría un único pensamiento digno de su atención. «¡El calor de una buena mujer templará mi ira!», pensó saboreando el inminente bocado, tan absorto en sus propios pensamientos y su objetivo próximo que no vio ni oyó a una gran y oscura figura antropomórfica que alzaba el vuelo batiendo sus membranosas alas no muy lejos de su posición, amparado por la oscura noche y los nobles árboles.
Incluso en la soledad de su opulenta alcoba los movimientos de Ssaelia eran gráciles y sensuales. Estaba desnuda, y se paseaba lentamente disfrutando del viento helado que entraba por la ventana sin cristalera y del aterciopelado tacto de su alfombra roja. Entonces se sentó en el borde de su lujoso lecho revestido con finas sedas y se deslizó, coqueteando con ella misma, hasta dar con su mullida almohada. Sus pezones estaban duros y su sexo ardiente y húmedo. Se sentía la boca más seca que nunca, sedienta y anhelante.
El batir de unas grandes alas la hizo volver a la realidad: el ansiado momento se acercaba. Unas risas y voces varoniles llegaron hasta sus infalibles oídos. «Ya están aquí…». En la sala inferior del castillo podían oírse las risas juguetonas de sus hijas y sirvientas que, al igual que ella, esperaban impacientes la llegada de sus invitados.
Una criatura alada del tamaño de un hombre grande, de cabeza peluda y largas orejas cuyo parecido con los murciélagos era innegable, atravesó la ventana y el frío lo acompañó al interior de la estancia. Su piel negra y membranosa parecía absorber la luz de las antorchas repartidas por la estancia. Sus ojos oscuros reflejaban el fuego casi como lo haría un cristal, dándole al chamazot un aspecto terrible y demoníaco. Abrió la boca, mostrando sus afilados dientes de depredador; sus prominentes colmillos destacaban sobre el resto.
El oscuro chamazot se mantenía de pie frente al lecho de Ssaelia, envuelto entre sus propias alas a modo de abrigo y sin apartar la vista de su señora y madre.
—Mi querido hijo, cuéntame qué has visto.
Y la criatura habló, aunque no en un idioma catalogable por ningún ser mínimamente civilizado, y con servilismo respondió:
—Tal y como usted predijo los hombres vienen, y huelo en ellos el ansia y la depravación —una sonrisa altiva apareció en el rostro de Ssaelia—. Pero no todos han obrado igual —la sonrisa desapareció al instante—. Dos de ellos esperan en el bosque.
«¿Dos hombres han preferido esperar a sus camaradas en el frío y oscuro bosque a venir con nosotras y gozar como nunca?», pensó extrañada.
¡Y hasta aquí puedes leer! Si quieres seguir con el relato, apoya a este joven posadero adquiriendo «Relatos Shandalianos», donde podrás ver qué sucede a continuación…
Esta es una entrada muy especial. Un grupo de enamorados de Ars Magica nos hemos confabulado para presentar, en los diferentes canales que usamos, un ejercicio creativo usando como base este juego. La propuesta en la que se inspiran estas entradas simultáneas de hoy es la de tomar seis elementos narrativos comunes y que, con ellos, cada autor genere una semilla de historia para Ars Magica. Los lectores podrán disfrutar comparando cómo cada uno de estos elementos representa un papel diferente, igual, central o residual en las diferentes semillas. Esperamos que disfrutéis con estas lecturas y su análisis tanto como nosotros hemos disfrutado escribiéndolas.
La paz de la Alianza de los jugadores se quebranta cuando llega su Boina Roja habitual. No por las noticias que trae, sino porque el mago ha llegado corriendo y herido. El Mercere les cuenta a los magi que ha escapado de las garras de un goblin enloquecido cuando venía de camino. Por suerte, tan solo muestra una herida superficial en un brazo.
Transcurridos unos días, el Boina Roja revela que no se encuentra bien, pues el rasguño que no parecía tener importancia se ha convertido en una herida sorprendente: una negrura misteriosa se expande rápidamente por el brazo y está convirtiendo su piel en obsidiana dura. Cualquier examen mágico de la herida revela una magia muy poderosa de naturaleza feérica.
En realidad, el Boina Roja encontró al goblin malherido en el bosque y este le convenció para que lo ayudara a huir de sus perseguidores, revelándose falsamente como Fhurk, rey goblin del Clan Inmisericorde. Tras la promesa de una recompensa jugosa, el Mercere cargó con él hasta la linde del bosque feérico cercano a la Alianza de los jugadores, para poner al goblin a salvo. Cuando llegó a su destino, el goblin le atacó sin compasión con una rudimentaria daga: «Esa fue mi recompensa inmerecida a la bondad que mostré», se lamenta el Mercere. Al no esperarse tal ataque, el Boina Roja optó por huir, pues temía que el goblin lo hubiese conducido hasta las tierras de su clan, donde rápidamente aparecerían refuerzos enemigos.
Lo que no dirá el Boina Roja es que en realidad quería ganarse la confianza del goblin y robarle una daga hosca, decorada con cintas y abalorios, que pendía de su cinturón; la obsidiana de su filo brillaba debido a su poder, tentadora. Solo tenía que acelerar la muerte del goblin y la daga sería suya… Lo que no se esperaba era que el rey Fhurk, el muy traidor, fuese el primero en atacar.
Durante ese tiempo llega a la Alianza Stella Errans ex Flambeau, cazadora de seres feéricos. Su última presa, un goblin al que hirió de muerte, se le escapó por poco, y el rastro que ha seguido la ha llevado hasta el grupo y el Boina Roja.
Pero el goblin mentía, y mucho. No solo no era un Rey Goblin, sino que era un vil ladrón que había sustraído con malas artes la daga ceremonial de un clan goblin muy vinculado a la magia. Y la cosa le hubiera salido bien si en su camino no se hubiera topado con Stella Errans ex Flambeau dormitando bajo un abedul. Fhurk no pudo resistirse a robarle mientras esta se echaba una cabezadita. El robo fracasó estrepitosamente, pues la Flambeau lo atrapó en pleno hurto gracias a su Círculo de Protección contra seres feéricos y por poco no lo mató en el acto. Pero el goblin, malherido, huyó milagrosamente, y Stella Erans lo persiguió por el bosque deseosa de darle el golpe de gracia para después despiezar al goblin para extraer su vis y vender sus partes como material de laboratorio. Fútilmente, porque el Mercere, sin saberlo, le ayudó a escapar.
Ahora nadie sabe si el goblin vive todavía o murió a causa de las heridas que la Flambeau y el Mercere le infligieron. Pero sea como fuere, Stella Errans exige su recompensa, cosa que el Mercere también desea.
Al estar en el territorio de los jugadores, ambos magos les piden que sean ellos quienes realicen un juicio justo y así poder dirimir cuál de los dos merece quedarse con las posesiones del goblin (y darle muerte de ser necesario, siempre y cuando logren encontrarlo). Los jugadores también podrían llegar a exigir una parte del botín, que por algo están en su territorio.
El goblin, si sigue vivo, podría ayudar a sanar al Mercere malherido, cuyo destino sin la cura adecuada no es otro que una aberrante transformación en obsidiana, y su consecuente muerte.
¿Ayudarán los jugadores a su Boina Roja?
¿Repartirán el botín?
¿Preferirán dejarlo en manos del siguiente Tribunal y harán partícipes del dilema a los Quaesitores?
Ahora todo esto está en vuestras manos…
Semilla de: Prisca Nerín y J. J. Poderoso (Dados y Mazmorras).